Profesora de yoga Carmen Aguilar

Historias de Yoga: Carmen Aguilar

Comencé a practicar yoga allá por otro siglo, en 1999, cuando me mudé a los Estados Unidos.

Hasta ese momento mi vida había sido muy ‘intelectual’, si se puede describir así: 5 años de ingeniería informática (donde no se solía encontrar a muchas mujeres), un máster en Comunidades Europeas, 4 idiomas hablados con fluidez, viajes al extranjero para profundizar formaciones… Prestaba algo de atención al cuerpo físico, pero lo justo para ‘mantenerme en forma’ o ‘hacer algo de deporte’.

Si me hubiesen dicho lo que la vida me reservaba, jamás lo hubiese creído. Realmente fue un giro de 180 grados.

Los inicios: desafiar las dificultades

Caí en una clase de yoga por puro accidente, como pasan muchas cosas interesantes en la vida.

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Iba a un gimnasio en Denver y tenía una hora ‘muerta’ entre una clase de spin y otra de ni me acuerdo qué y me metí a yoga por no estar sentada sin hacer nada.

Aquella primera vez lo hice tan mal, la experiencia fue tan humillante y a la vez tan alucinante, limpiadora y relajante que decidí volver al día siguiente. No pude porque estaba increíblemente dolorida así que esperé unos pocos días más antes de hacerlo; más que nada por curiosidad, por ver si tenía una experiencia similar o si era cosa de una vez.

Volví a salir alucinada y empecé a olvidarme de otras clases y enfocarme en el yoga. Regresaba a casa y practicaba las posturas que no me habían salido durante la clase. Compraba libros, revistas, leía durante horas artículos en internet sobre el tema.

Creadora de CYOGA
Creadora del estilo de yoga CYOGA

Profundizar en la práctica

En esos tiempos nos mudamos a Chicago y comencé a practicar en todos los estudios de yoga que pude encontrar; iba a clase entre la semana y tomaba talleres específicos los fines de semana. Comencé a viajar por todo el país, luego internacionalmente también, para seguir formándome; tomé 5 ó 6 ‘teacher trainings’ diferentes con la intención de aprender, no de dar clase.

En un gimnasio cerca de mi casa me pidieron dar clases de yoga porque era algo que les interesaba y no tenían a nadie (esto fue hace casi 20 años, o sea que la ‘explosión’ de hoy en día todavía no había pasado). Dije que sí y, para mi sorpresa, me encantó y la gente salió preguntando: ‘¿Cuándo das clase otra vez? ¡Quiero volver!’.

Siempre he sido una persona muy curiosa e inquieta y cuando llevaba 3 años practicando me di cuenta de que tenía más lesiones que cuando empecé. Ya desde el principio iba modificando las secuencias que el profesor daba en la clase, adaptándolas a mi cuerpo, pero después de lesionarme tras un ajuste en clase, me di cuenta de que lo increíble era la herramienta: el YOGA en sí mismo, pero la ejecución podía ser mejorada, o al menos desarrollada de forma diferente.

Carmen lleva casi 20 años dando clases de yoga.

Hallar el propio estilo

Gracias a mi atención al alineamiento y a las necesidades individuales de cada cuerpo, comencé a tener más y más clases privadas, hasta que, al cabo de 3 ó 4 años, me encontré con 18 privadas semanales trabajando a horario completo.

Esa etapa fue muy importante en mi vida ‘yógica’ porque, contrariamente a lo que se cree, la mayoría de la gente que toma privadas no es porque son muy ‘avanzados’ sino exactamente lo contrario: no pueden seguir el ritmo de una clase donde vas de chaturanga a perro hacia arriba y hacia abajo en 5 segundos o menos.

Eran personas con muchas limitaciones, lesiones, operaciones, que habían superado cánceres, depresiones y muchísimos problemas en todos los niveles. Sin embargo, tenían una cosa en común: querían ser tratados como una persona NORMAL, sin condescendencia, sin pena, sin tristeza… Querían que les exigiese lo mismo que a un alumno ‘normal’.

Ver ese afán de superación me dejó muy marcada y hoy en día no dejo que nadie se refugie detrás de excusas para no hacer algo. Estamos donde estamos, vamos a trabajar y tratar de ver qué podemos hacer, ¡pero vamos a hacer algo!

En marzo del 2010, abrí mi propio estudio, The Lab, en Chicago. En el 2013 comencé mi cuenta en Instagram, con los famosos ‘yoga challenges’, explicando las posturas, dificultades, trucos y demás. La gente empezó a contactarme desde diversos puntos del planeta, para ir a darles clases. A finales del 2018 vendí el Lab para dedicarme por completo a viajar y enseñar, que es mi pasión.

Carmen dará un Workshop de yoga para profesores en Buenos Aires

Creo que todos somos una reacción a lo que hemos experimentado anteriormente de tal manera que, o hacemos lo mismo o hacemos exactamente lo contrario. Cuando yo empecé a practicar, lo hacía fatal: no tenía fuerza, no podía hacer ni una flexión (¡de rodillas!), no podía tocar los dedos de los pies con las manos, arquearme hacia atrás me daba naúseas y vértigos, y tenía un trauma infantil con el pino (parada de manos) cuando vi a una niña caerse haciendo uno.

Al final de las clases solía preguntar al profesor qué podía hacer para mejorar, qué ejercicios, respiraciones, visualizaciones, meditaciones podía practicar mientras tanto. La respuesta general era ‘practica otra vez mañana’ que ciertamente es sabia, pero a la vez me cortaba cualquier tipo de aspiración o iniciativa.

Durante la clase, frecuentemente me decían: ‘para y observa, aprende de mirar a tu alrededor’. Y sí, algo puedes aprender de mirar a otros, pero no hay nada como la experiencia que uno mismo va adquiriendo.

En mis clases, intento no dejar atrás a nadie, que nadie se sienta excluido por falta de habilidad. Si el alumno tiene deseo e ilusión, a mí no me hace falta nada más y yo le voy a llevar hasta donde me deje, que, generalmente, suele ser muy lejos. Esa conexión, esa experiencia que compartimos es en gran parte la razón por la que voy viajando por todo el mundo dando cursos, clases, intensivos, retiros y formaciones.

Al principio estaba ‘adicta’ a la sensación de limpieza, paz y equilibrio que la práctica me daba. Hoy sigo experimentándola pero también me siento realizada, feliz y útil cada vez que termino un taller y veo la cara de pura felicidad en muchos de mis alumnos: ¡es lo más!

Carmen dará un taller intensivo en Buenos Aires

Como he mencionado anteriormente, me lesioné mucho durante los primeros años de yoga y parte del proceso curativo fue el darme cuenta del importantísimo papel que la secuencia juega (el concepto de vinyasa krama). El ‘arte de secuenciar’ es parte ciencia, alineamiento, analizar y usar la mitad izquierda del cerebro; pero también es sentir cómo está la clase en cada momento, tomarle el pulso: ¿está acelerado? ¿Están cansados? ¿Aburridos, quizás?

¿Hay gente que abandona la mitad de las posturas o están todos siguiendo atentamente? ¿Qué puedo hacer yo para mejorar, en cada momento, lo que está pasando? ¿Cómo puedo contribuir a que todos tengan una experiencia única, memorable, de tal manera que cuando se vayan salgan renovados física, mental y emocionalmente, llenos de ideas que probar, ilusión y motivación?

A lo largo de estos 20 años he visto a tanta gente entrar y salir en el mundo del yoga que sé lo difícil que es ‘simplemente’ practicar constantemente. La monotonía, el aburrimiento, la falta de imaginación y motivación van frustrando, lenta pero inevitablemente, al más dedicado de los yogis.

Somos muy pocos los que seguimos en pie después de tantos años, así que intento luchar con todas mis fuerzas para que no continúe pasando. Me encanta ver a mis alumnos varias veces al año, en lugar de solo una vez en la vida y ya.

El cuerpo (y la mente) del practicante se abre un poco más cada vez que nos encontramos, confiamos más el uno en el otro, nos entendemos sin palabras, sólo con un pequeño toque, una mirada… Esas sutilezas se consiguen con tiempo y horas de práctica juntos. Hay que ganarse la confianza poco a poco.

¿Qué debería esperar un practicante de mis talleres?

  • Una clase con un formato MUY pensado y estructurado para llegar lejos de una forma segura, calentando inteligentemente el cuerpo mientras la cabeza se va concentrando y relajando (sí, ¡es posible hacer las dos cosas a la vez!). La respiración va ayudando en el proceso.
  • Una práctica dura, súper divertida, llena de imaginación y con muchas opciones para que todo el mundo le saque partido. Me gusta trabajar a menudo en parejas para cultivar el compañerismo y sentirnos más conectados cuando salgamos.
  • Unos ajustes increíbles por parte de Moisés (mi esposo) y muchas risas con él… Es tremendo, ¡cuidado que te hace reír en los momentos más inoportunos!

A lo largo de los años he desarrollado una cierta fama de ser ‘dura’ pero eso es porque me importa si el alumno mejora o no, realmente estoy de su parte, soy su mayor fan y creo en su potencial hasta el final.

Al mismo tiempo, soy consciente del esfuerzo que estoy pidiendo y sé que, aunque las asanas no se puedan hacer hoy, puedo plantar las semillas y ayudar a crear una tierra fértil para que un día salgan. Y si no, no pasa nada porque lo importante es el ‘proceso de’, el camino recorrido, el resultado es secundario. Los ‘goals’ los dejamos mejor para el fútbol… Esta práctica es para toda la vida. Hoy simplemente hay que encontrar un rato y ponerse a practicar.

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Carmen Aguilar

Carmen había terminado su carrera de Ingeniería y un programa de
Masters, hablaba 4 idiomas y estaba pensando en cómo enfocar su carrera
cuando encontró el yoga. Inmediatamente conectó con la práctica y la
filosofía; así que sin pensarlo dos veces dejó a un lado sus estudios y
se enfocó en esta nueva disciplina. Cuanto más se adentraba en las
enseñanzas y la práctica del yoga, más le fascinaba.
Durante los primeros años estudió con todos los profesores que pudo
encontrar, completó 5 programas de profesores de yoga y comenzó a
desarrollar su práctica diaria. Dedicándole 3 horas al día, 7 días a
la semana, ha podido llegar a niveles que pocos pueden alcanzar. Carmen
lleva dando clases de yoga más de 19 años y durante este tiempo ha
creado su propio estilo, cyoga, enfocado en conseguir que sus
estudiantes exploren su potencial físico y mental de una manera segura
y entretenida.
En sus propias palabras: "Cyoga es el resultado de la búsqueda de una
práctica intensa. Quería probar cosas que mi cuerpo no podía hacer y
pronto me di cuenta de cuánto influye la secuencia de las posiciones y
cómo afecta el calentar el cuerpo apropiadamente. Una práctica de asana
intensa no sólo te limpia y rejuvenece, sino que también puede cambiar
cómo estás programado, ya sea mental o emocionalmente. Nuestro cuerpo es el vehículo más tangible que tenemos para acceder a nuestra esencia y
el ponernos en la esterilla es una experiencia preciosa y fantástica".
En el 2018 vendió su estudio de yoga, The Lab, y se movió a Hawaii,
donde vive con su esposo, Moises, mientras viajan por todo el mundo
dando clases de yoga.

4 comentarios

  • hermosa la historia de yoga de Carmen me encantaría algún día poder tomar una práctica con vos, gracias por compartirla virtualmente

  • Tengo 55 años y hace tan sólo dos años comencé a practicar yoga. Tanto me entusiasmé que empecé a ver videos y prestar más atención a la preparación para la realización de las diferentes asanas. Así es que estoy cursando un profesorado de Yoga. Soy una mujer sana, sin lesiones en mi cuerpo pero no tengo la flexibilidad de muchas de mis compañeras pero eso no me amilana. En este corto tiempo he tenido muchos avances. Tengo paz y el yoga me hace feliz. Carmen Aguilar sos mi modelo. Ojalá algún día pueda asistir a alguna de tus clases!!

  • tu historia me genera mucha motivación y me estimula fuertemente a seguir adelante. muchas gracias!

    namaste

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