Entrega y honestidad a 100 años del nacimiento de Guruji BKS Iyengar

Maestros del yoga: entrega y honestidad a 100 años del nacimiento de Guruji BKS Iyengar

A 100 años del nacimiento de BKS Iyengar, a dos meses de la partida de Geeta Iyengar, a dos meses de la visita de Abhijata Iyengar a nuestro país… Respiro.

Dos palabras vuelven como un eco entre montañas: honestidad y entrega.

Sentada, miro levemente hacia arriba y mi nuca y mis ojos recuerdan instantáneamente las indicaciones de Geeta durante los festejos del centenario del nacimiento de su padre y Gurú, BKS Iyengar, en diciembre pasado: parados en Tadasana, simplemente posicionando la mirada… ya entregados a su guía, se abrían mundos.

Era solo la segunda vez que viajaba, pero la amorosidad que me contuvo fue conmovedora. Sentirse en familia entre unas 1300 personas, de 56 países diferentes. Todos con un lenguaje común: el respeto y admiración por las enseñanzas de Guruji, la posibilidad de infinita experimentación a partir de allí, la conmoción de estar juntos, festejando rodeados de sus fotos y su espíritu.

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Fueron 10 días de clases, luego la celebración y conmemoraciones múltiples. Cinco días guiados por Prashant, cinco por Geeta (2 de sus 5 hijos), con una generosidad sin par; todo hilvanado por la presencia y carisma de Abhijata (la nieta) y Raya (ambos maestros del instituto) en el escenario, poniendo en cuerpo las palabras de los maestros.

Entonces, una pregunta vuelve ahora:

¿Quién fue Guruji BKS Iyengar?

Para quien no sabe puedo decir que nació en Bellur, y que a una edad temprana y por la enfermedad que lo afligía lo enviaron con su cuñado, T. Krishnamacharya, para que practicara yoga si quería sobrevivir.

De la mano de este maestro (que fue quien retomó el yoga en el siglo XX y lo transmitió a él y muchos otros discípulos, hoy guías de otras escuelas), comenzó a mejorar y tras mucho esfuerzo, empezó a viajar por India haciendo demostraciones de posturas (asanas, en sánscrito), diseminando la semilla del yoga luego también en el exterior.

Dedicó mucho tiempo no solo a la enseñanza, sino a la elaboración de libros (muchísimos; entre los centrales podemos citar: Luz sobre el yoga, El arte del yoga, Luz sobre el pranayama, Luz sobre los Yoga Sutras de Patañjali, Luz sobre la vida), de un valor inmenso para cualquiera que se interese por este vasto océano que es el yoga. Dedicó su vida a esta exploración y desarrolló una infinidad de modos de práctica para todo aquel que se convoque a practicar, más allá de las posibilidades del “cuerpo físico”.

Fundó el Ramamani Iyengar Memorial Yoga Institute, en Pune, zona central de India, en honor a su difunta mujer Ramamani, en el año 1975. Dicha construcción se inspira en el texto de los Sutras (versos) de Patañjali, en los que él basa la enseñanza del yoga. Allí lo hizo crecer de la mano de Geetaji y Prashantaji.

Sí, puedo acordar en que el yoga que llamamos del Método Iyengar (referido como estilo, antes que método, por ellos mismos), se caracteriza por el trabajo sobre la alineación, desde la base (de ahí, la importancia de las posturas de pie, y fortaleza de las piernas, para también ofrecer descanso al cuerpo orgánico), y una cuidada secuenciación en el aprendizaje (tanto dentro de una clase, como en la práctica de cada uno, una postura va guiando hacia la siguiente, en una conexión fluida de lo más simple a lo más complejo; siempre volviendo a las posturas “sencillas”, con otra profundidad), la posibilidad de permanecer en las asanas, observando la respiración, entre otras tantas cosas… Y todo esto con miras a siempre considerar los efectos que la práctica tiene en el sistema nervioso.

También se habla de Iyengar como el yoga con elementos. Si bien el desarrollo de los “props” se debe a la profunda investigación de Iyengar, quien a partir de lo trabajado con su maestro avanzó en múltiples direcciones, afinando el uso de bloques de madera, sillas, mantas, cintos, “kuruntas” (cuerdas de la pared), y todo tipo de soportes de madera, el trabajo se basa en el entendimiento de las acciones correctas de cada postura, desde la experiencia. La práctica dentro de una clase de Iyengar puede ser con o sin elementos, pero la búsqueda es de la comprensión de las direcciones y acciones precisas, de todas las capas (cuerpo físico -piel, tejidos blandos, musculatura, huesos-, mental, espiritual…). Una misma postura puede ser extremadamente intensa, o más “restaurativa”, dependiendo del uso que hagamos de los elementos, del tiempo de permanencia, de la secuenciación, etcétera.

Sí, estos elementos también llevaron a que se reconozca al método Iyengar como terapéutico. Ciertamente, el estudio preciso y detallado de las posturas abre infinitas posibilidades de adecuación del trabajo a las necesidades de cada uno. No hay una secuencia fija (aunque sí tiene que tener sentido, según el caso y contexto), no hay un único modo de hacer las posturas, y esto nos permite trabajar particularmente en casos de dolencias o lesiones, y en situaciones particulares como embarazo o postparto. Esto implica un estudio de las posturas en sí mismas, y en relación con el resto de las asanas (hablamos de familias de posturas; una clase plantea un foco y a su vez, suele recorrer todas -o casi- las familias: de pie, sentados, torsiones, arcos o extensiones hacia atrás, invertidas, fuerza abdominal). Y los efectos terapéuticos son simplemente maravillosos.

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Dicho todo esto, el sistema Iyengar tiene un secuencia también para aprender a enseñar. Basado en la propia experiencia, quienes quieren enseñar tienen que ser alumnos al menos tres años, con un profesor certificado (quien a su vez, tiene un recorrido mínimo de esos años de práctica más varios años de preparación para dicha certificación).

Siendo tan inmenso el universo de enseñanzas, tres años es un número aproximado (que en general, cuanto más uno practica y asiste a clases, más siente que necesita varias vidas de práctica para empezar a compartir algo de eso que transita), para luego poder profundizar en cómo transmitir, paso a paso: primero solo a principiantes, luego a más avanzados; y recién después de tener experiencia en clases generales, poder enseñar a personas con problemas particulares, y así sucesivamente.

En los tiempos que corren (literalmente), esto puede parecer mucho, pero cada vez más se busca recuperar el valor del proceso y la sensibilidad de los tiempos necesarios, más allá de estandarizaciones. Recuperar, también, el vínculo personal con un profesor en este camino de aprender a enseñar.

En suma, practicar es generar espacio, en todo sentido. Espacio para que un proceso propio se desenvuelva. Espacio para la conexión con quienes somos (más allá de lo que querríamos ser -muchas veces-, valorar lo que es), y nuestro contexto. Espacio para respirar. Espacio para los órganos, para el correcto funcionamiento de los diversos sistemas del cuerpo, siempre en inevitable vínculo con la emocionalidad, y espiritualidad, sea lo que sea para cada quien. Las asanas como excusas, inclusive, para dar espacio a un momento de meditación.

Imposible hablar de una práctica “física”. No hay tal cosa. Por eso, en una clase típica, a modo de ejemplo podemos hablar del orden en que se practican las posturas invertidas, el corazón de la práctica: Sirsasana, parada sobre la cabeza, se realiza antes de Sarvangasana (conocida como parada sobre los hombros, literalmente “postura de todos los miembros del cuerpo”), no solo para extender la zona cervical en caso de que haya alguna sensación de presión excesiva, sino para aquietar el sistema nervioso, llevar calma y tal vez ya prepararlo para la relajación, o Savasana, final. Ser “cadáver” para poder renacer.

Pero entonces, más allá de los datos, disponibles en cualquier sitio web, y la definición del yoga desde la idea de alineación, secuencia, los props, lo terapéutico… quiero compartir lo que me conmueve, aún hoy.

Durante los días de su centenario, incansablemente se repetía que no es posible definir algo así como “yoga Iyengar”. Que él mismo era pura experimentación, prueba, sensibilidad. Y palabras como alegría, felicidad, rodeaban cada uno de esos sustantivos.

Nunca un único modo de hacer las cosas, jamás una fórmula cerrada.

Prashantaji, siempre guiando hacia niveles filosóficos de la práctica, durante estos días repetiría incansablemente: “el yoga es una arquitectura abierta, y las asanas son medios/entradas para la observación, sensibilidad, conciencia. Tenemos medios increíbles para aumentar nuestro potencial, ¡sean abiertos de mente!”.

Y, en este contexto, ¿quién fue Geetaji?

Su hija, su discípula. Según contaron durante esos días, la que captaba más rápidamente lo que Iyengar intentaba transmitir.

Geeta Iyengar
Geeta Iyengar

Quien acercó el yoga a las mujeres, no sólo gracias a su libro emblemático Yoga: una gema para la mujer (considerando el contexto cultural, es un paso inmenso), sino en décadas de enseñanza, observando específicamente qué práctica debemos realizar en los días de la menstruación, cuando el abdomen bajo está inflamado y necesita alivio, y la mente busca descanso y claridad.

Quien organizó la práctica terapéutica de incontables alumnos que se acercaron al instituto buscando una guía para problemas específicos.

Quien, aparentemente sin conocerla, llegaba a lo más profundo solo con mirarte a los ojos.

“El yoga es una filosofía universal… tenemos que devenir en mejores seres humanos”, diría durante diciembre.

Quienes estábamos en Pune este pasado diciembre, tuvimos el privilegio de compartir su último cumpleaños, el 7 de diciembre. Aún hoy se me eriza la piel al recordar el amor con el que agradecía nuestros aplausos. Luego de ese 16 de diciembre en el que dejara este plano, circularon muchas anécdotas acerca de las varias veces en que Geetaji había ya anunciado que ella llegaría hasta los festejos del centenario, no más. Que su misión ya estaba cumplida.

Geetaji es quien, literalmente, nos brindó su último aliento.

Por todo esto, practicar es para mí seguir los lineamientos creados por estos maestros de pura entrega, que abren hacia la investigación y experimentación.

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Es empatizar, con nosotros mismos y cada vez que enseñamos, sabiendo que estamos compartiendo algo de lo que vamos recorriendo, con la alegría y responsabilidad que eso implica.

Es estar cerca de la propia experiencia, no pretender enseñar más allá de lo que uno mismo está atravesando.

Practicar es conocerse, conocernos, conectarnos. No hay que llegar a ningún lugar. Hay que reconocer lo que ya estamos transitando.
Practicar no se comprende desde el idioma de la culpa y la exigencia descontextualizada. Sí desde el corrimiento de los propios límites, para llevarnos allí donde nosotros mismos jamás imaginamos que podríamos desplegarnos.

Abhijata, la nieta de Guruji. ¿Quién es?

Quien tiene en claro el inmenso legado que debemos preservar, sin por eso rigidizarlo, endurecerlo, ni alejarlo de su propia naturaleza experimental.

Abhijata Iyengar
Abhijata Iyengar

Abhijata es quien habló ante todo de honestidad. En un momento como éste, donde una referencia central como era Geeta Iyengar trascendió este plano… Ser honestos con aquello que estamos transitando. Su sensibilidad y simpleza, nos llegan hondo.

Como dijo en las conmemoraciones de la partida de Geeta: Guruji fue el cerebro; Geetaji el corazón del yoga. Uno no funciona sin el otro.

Y ya no están… Están en nuestra práctica. Más allá de toda indicación, sus preciosas secuencias, las magistrales clases que cada uno dio, el modo de observar y empatizar con quien tenían delante, siendo ésa siempre también una oportunidad para enseñar a los profesores que los estaban asistiendo, manejando múltiples niveles en una aparentemente simple corrección.

Más allá de todo, Abhijata muestra que la clave es estar donde uno está, sin mezquindad, entregando todo en cada momento, para cada persona en particular.

Entrega total al todo, a esa energía mayor que es el yoga, a la luz de los descubrimientos de sus Gurúes.

Siento que ese es el aprendizaje más profundo, insondable, de ese diciembre y de estos 20 años de práctica.

Y es el modo de mantener viva la llama.

En cada uno que se acerca, sea cual sea el motivo, encender la vida que hay en la práctica del yoga.

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Victoria D'hers

Victoria D'hers practica yoga desde 1999. Es Profesora Certificada-Yoga Iyengar, da clase en Almagro (https://www.facebook.com/EspacioNamasteIyengarYogaAlmagro/), Parque Patricios (https://www.facebook.com/yogaiyengarppatricios/) y Barrio Norte (www.monicamoya.com). Actual presidenta de la Asociación Argentina de Yoga Iyengar (http://asociacioniyengar.com.ar/). Baila danza contemporánea e improvisación. Es Dra. en Cs. Sociales y Lic. en Sociología (UBA). Docente e Investigadora Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET-IIGG- UBA/GESEC). Investigadora en el Centro de Investigaciones y Estudios Sociológicos (CIES).
www.bksiyengar.com - www.asociacioniyengar.com.ar

9 comentarios

  • Que bella nota, gracias por compartir tus experiencias!!
    Cada vez que alguien comparte su experiencia en Pune quedó maravillados!!

  • Buenísima la nota.
    Super clarificadora.
    Muy conmovedora la experiencia de diciembre de 2018.
    Muchas gracias por la nota y por compartir tu vivencia.

  • Interesantisima experiencia y super interesante evento, lastima que no hayan mas lugares, me enteré tarde, pero es una gran alegría que estas cosas sucedan en Argentina!

  • Que linda actividad, si saben de una agenda en Chile agradecería la información, o si se va a trasmitir en vivo pr internet o alguna manera de poder estar presente!! Namaste

  • Me encantó la experiencia de Victoria me encantaría tener una experiencia similar con algún gran maestro yogi

  • Muy linda nota y reflexiones! Voy a profundizar en la historia y filosofias de iyengar y todo lo que hay detrás parece muy interesante!!

    • GRACIAS A TODOS LOS QUE HAN RECORRIDO ESTAS PALABRAS. Compartir estas experiencias es un gusto y privilegio. Saludos!

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