Gracias a Marie Kondo y toda esta nueva ola de minimalismo y orden, muchos revisamos nuestro placard y descubrimos cosas que jamás usamos, papeles inútiles guardados en el escritorio, y libros acumulados en nuestra biblioteca que jamás abrimos. Sin ir más lejos… ¿no sucede acaso lo mismo con los “amigos” en las redes sociales con los que no estamos en contacto ni generamos ningún encuentro?
La mayoría de los seres humanos tenemos la tendencia a acaparar y acumular cosas. Y, con el paso del tiempo, se nos hace cada vez más difícil desprendernos de ellas. ¿Durante cuánto tiempo guardamos pares de zapatos que nos quedan incómodos y jamás vamos a volver a usar, o esos jeans que ya no nos entran, pero nos rehusamos a regalar? Éstos son sólo algunos (pero clarísimos) ejemplos de nuestra incapacidad de desprendernos de las cosas fácilmente.
Y no se trata solo de nuestra tendencia a acumular objetos materiales. ¿Qué hay sobre esas relaciones disfuncionales que por alguna razón nos negamos a abandonar? ¿O de los hábitos poco saludables que no podemos dejar atrás?
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Llega un punto en el que se vuelve natural luchar (o bien convivir) con estos patrones de acumulación y apego. Entonces, dejarlos ir puede ser movilizador e incluso aterrador, porque son la base sobre la que hemos construido nuestra vida, dándonos una relativa seguridad, identidad y poder… Al menos es lo que creemos. Nos da miedo este asunto de “dejar ir”, porque sin todo eso, sin toda la estructura acumulada, ¿quiénes somos?
Pero… ¿de qué tenemos miedo al soltar algo que ya no nos es funcional? ¿Qué imagen o historia sobre nosotros mismos nos estamos resistimos a dejar ir?
Seguramente podemos recordar lo bien que se sintió la última vez que hicimos una limpieza profunda de la casa, del placard, de la heladera, o incluso cuando finalmente eliminamos un mal hábito alimenticio. Y cuando llegó el momento de incorporar algo nuevo, ¿no se sintió mucho mejor que con lo que tenías antes? Es un hecho: debemos limpiar para hacer espacio a lo nuevo.
Es a través de una práctica constante de saber rendirse, de saber dejar ir lo viejo, lo que ya caducó, lo que ya cumplió su función en nuestra vida, que podremos generar el espacio necesario para abrir paso a lo nuevo y al contacto con nuestra interior, con nuestra verdad y con nuestro crecimiento personal.
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Acá es cuando el Yin Yoga puede hacer una gran diferencia en este proceso de saber rendirse. Cuando hacemos esta práctica estamos desarrollando la capacidad de soltar. Yin es disfrutar la forma tal como es, sin forzar el cuerpo a cambiar. Es relajarse sobre nuestros propios huesos y articulaciones, permanecer en la forma del asana y entregarse a ella.
Yin Yoga es un método que nos invita a acceder a lugares más profundos que los habitables con las prácticas dinámicas consideradas “Yang” (como hatha, ashtanga, vinyasa, entre otros estilos modernos). La práctica Yin trabaja sobre los tejidos conectivos de los ligamentos, articulaciones y huesos; accede las a redes fasciales profundas que recorren cada parte de nuestro cuerpo. La fascia es un tejido conectivo continuo que existe desde la cabeza a los pies, de modo que una afección o disfunción en una parte afectará a todas las demás.
La tensión física es una manifestación de un trauma emocional. Cabe aclarar que al utilizar la palabra trauma no estoy refiriéndome a algo extraordinario, sino a pequeñas o grandes emociones, vivencias y experiencias que nos significan o significaron una situación dolorosa y de alguna manera nos “marcaron”.
Leí hace un tiempo una frase que decía “nuestra biografía es nuestra biología”, y concuerdo completamente: el trauma emocional también se manifiesta en la historia de nuestro cuerpo. Ésta es la razón por la cual las emociones como la ansiedad, el enojo o el dolor o la angustia se sienten en regiones físicas específicas. Por ejemplo, el enojo podemos sentirlo en nuestro estómago o hígado;, la ansiedad, en nuestro pecho; y la angustia, como un nudo en la garganta. Y esas emociones permanecen alojadas ahí, aunque la situación ya haya pasado. El cuerpo inconscientemente se aferra a los recuerdos hasta que realmente somos capaces de sanarlos y los dejamos ir.
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Por todo esto, Yin Yoga es la práctica adecuada para crear espacio y soltar las tensiones y emociones, así como también estimular el flujo de energía en nuestro cuerpo. A medida que la fascia se suelta, lo hacen también los traumas o factores psicológicos que están en ella. Es por esto que determinadas posturas pueden ser muy movilizadoras a fin de desbloquear algunas de esas emociones mencionadas anteriormente. Es sanando esos traumas que podemos acceder y descubrir nuestra verdadera naturaleza, quiénes realmente somos; no quiénes fuimos, no quiénes seremos, no quiénes creemos que somos, sino nuestra esencia en el momento presente.
Compartir con los demás aquello que nos hace crecer como seres humanos es un enorme privilegio. Gracias
“Soltar”, que importante es eso, y pocos trabajamos esa capacidad, exploraré como el yin yoga me ayuda
Agradezco mucho toda informacion que envia, es un gran aporte a la sanación de la humanidad.
Hasta hace poco hubiese pensado cualquier cosa si me decian que el yoga te ayudaba a desprenderte de los miedos.. Pero una gran maestra me enseñó muchas cosas, entre ellas, llevó la práctica de yoga hacia el soltar, no solo los miedos sino otras emociones negativas, y me ha hecho muy bien. Nunca he hecho yin yoga, pero sin duda que la práctica ayuda para soltar miedos y malos pensamientos, asi que pruebenlo
A explorar se ha dicho! Amo poder formarme con ustedes! ????