Estamos en un año más que especial. Estamos transitando una pandemia sin precedentes. Si hay algo que creo que nadie puede negar en estos tiempos, es que todo hemos experimentado, en menor o mayor medida, lo que yo llamo “una montaña rusa emocional”.
El distanciamiento nos ha agobiado a muchos ya que se nos limitó el alimento más nutritivo del alma: el abrazo. Estamos viviendo todo tipo de duelos: derrumbe de relaciones, trabajos, economías, fallecimientos de personas queridas y tanto más. La incertidumbre es constante. En semejante contexto, ¿cómo pretendemos sentirnos “estables”?
Tiempo de emociones a flor de piel
En tanto humanos, somos seres emocionales. Luego creamos nuestras interpretaciones del abanico emocional que habitamos. La pandemia, desde mi punto de vista, no hizo más que potenciar lo que siempre fue natural, pero en la vorágine de lo que llamábamos “vida cotidiana normal”, no percibíamos quizás con tanta intensidad.
La vida es de por sí incierta y es la ilusión de control lo que nos crea una falsa “estabilidad”. Entonces es bastante lógico que en circunstancias como estas nuestras emociones estén a flor de piel.
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Antes de seguir avanzando, te comparto unas interpretaciones que pueden aliviarnos:
- No hay emociones buenas o malas;
- Todas las emociones vienen a mostrarnos algo que nos pide ser atendido;
- Si comprendemos que simplemente estamos transitando estados que se transforman, entonces viviremos en paz.
Si estas interpretaciones fuesen ciertas me pregunto: ¿Por qué nos dan tanto miedo algunas emociones? ¿Por qué nos desespera ver a alguien llorar acongojado y pretendemos sacarlo de allí? ¿Por qué pensamos que alguien que ríe a carcajadas en público está loco? ¿Por qué creemos que enojarnos y tener miedo son inadecuados? ¿Por qué luchamos con la ansiedad haciendo todo lo posible para no sentirla?
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Así podría seguir con una larga lista de juicios condenatorios que creamos culturalmente, que lo único que hacen es dañarnos, reprimirnos y enfermarnos.
Aprendamos a aceptar nuestros sentimientos
“Gestionar nuestras emociones”no es más que aprender a sentirlas.La gran diferencia está en qué hacemos con aquello que sentimos y no en rechazar lo que estamos sintiendo.Nuestra educación está basada en los juicios y la represión. No aprendimos a ser naturales. Todo lo contrario. Nos han domesticado. Nos han condicionado a creer que sentir esto “es correcto” y sentir aquello “es incorrecto”. Nos enseñaron a anular lo que sentimos, a temer sus consecuencias y, por lo tanto, a alejarnos de nuestra esencia sintiente.
Es muy doloroso estar queriendo sentir otra emoción cuando estamos sintiendo lo que estamos sintiendo. Allí radica un enorme porcentaje de nuestro sufrimiento humano.
En esta pandemia, a mí me tocó transitar el duelo de la pérdida física de mi madre. Y quien ha pasado por un duelo sabe que los estados emocionales fluctúan notoriamente y la intensidad puede resultar aún mayor que en otras circunstancias.
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Entonces me abro a contarte que cuando lloro no “estoy mal”. Todo lo contrario. Estoy limpiando, estoy drenando, le estoy dando el espacio necesario a mi tristeza. Me entrego al fluir del agua y cuando cesa el alivio es inmenso.
Cuando me enojo “no soy una mala persona”. Simplemente voy aprendiendo de mis límites, de aquello que quiero y lo que ya no quiero en mi vida, los famosos “hasta acá llegué” o esto así NO.
Canales para encauzar nuestra energía
Cuando hablamos de gestionar adecuadamente las emociones, lo que buscamos son los mejores canales para encauzar esa energía que estamos habitando. En el caso del enojo, esa energía se identifica como fuego. Está claro que este elemento puede quemar e incendiar o bien puede ser un cálido cobijo. Cómo utilizamos esa energía hace la gran diferencia.
Cuando tengo miedo “no soy cobarde”. Allí estoy descubriendo que hay factores externos o internos que me amenazan. Muchas veces no son reales, aunque la sensación es la misma. El miedo puede ser paralizante o bien darnos esa adrenalina necesaria para huir o accionar acorde a las circunstancias.
Todas y cada una de las emociones son dignas de ser vividas. Todas tienen algo para contarnos, algo para mostrarnos de nosotros mismos, algo para experimentar y auto indagarnos. Somos humanos y absolutamente todos sentimos las mismas emociones.
A más nos abrimos a experimentarlas, mayor integración habrá dentro de nosotros, lo que a su vez nos permitirá empatizar con los demás, creando vínculos más humanos y nutritivos.
Resignificar nuestras emociones
Te invito a que empecemos a resignificar nuestras emociones. Que podamos darles el espacio necesario que se merecen. Que empecemos a ser más libres, más honestos, más auténticos. Es más simple. Sólo se trata de dejarnos sentir. Reaprendamos a sentir al cien por cien. Como los niños, con esa simpleza e inocencia. Con ese estado impoluto de pensamientos y condicionamientos.
Llora en paz. Abraza a tu miedo. Enójate sin dañar al otro, sólo siente el fuego subir y haz algo creativo con él. Ríete a carcajadas y generarás abundantes endorfinas y hormonas que dan felicidad. Busca juzgar menos y sentir más.
Obsérvate un instante AHORA, mientras lees. ¿Qué estás sintiendo en este mismo momento?
Sea como sea que te describas… Contento o triste… Sintiendo ansiedad o enojo… Con miedo o confiando… Desanimado o esperanzado… Nervioso o en calma.
Sea lo que sea, observa. SÓLO ES. Quieras o no, va a pasar. Inevitablemente va a cambiar. Transítalo. Dale espacio. Préstale toda tu atención y listo. No hay más. Eso es vivir.
La energía no se crea ni se destruye. Sólo cambia de forma.
Eso es SER HUMANOS
Eso es ESTAR VIVOS.
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